Si no eres mía, no eres de nadie
Este es el nombre de un reportaje publicado por el periódico El País, en noviembre del año pasado. El artículo se acerca a una escalofriante realidad. Consideramos que es un importante material para trabajar, reflexionar e investigar con nuestros chicos y chicas.
Aquí lo tenemos:
“Si no eres para mí, no serás para nadie”
Crece en Colombia la consternación por los casos de mujeres desfiguradas con ácido por sus exparejas
A Érica Vanegas le molesta la luz del sol. Al principio, por
vergüenza, decidió privarse de ese sencillo placer. Pero con el tiempo,
sus ojos se habituaron a la oscuridad en la que se refugió y ahora ante
la claridad levanta la mano para protegerse. Su tragedia empezó el día
que sintió que ya no amaba a su novio Dagoberto Rodríguez. “Si no eres
para mí, no serás para nadie”, le respondió este. Cumplió su cruel
sentencia.
Por la época en que sucedieron los hechos, septiembre de 2008, Érica
estudiaba bachillerato en el colegio José Martí de La Resurrección, un
populoso barrio del sur de Bogotá, Colombia. Soñaba con aprender inglés y
llegar a ser enfermera. Rodríguez era su primer novio y aunque sentía
que lo quería creyó que a sus 16 años era demasiado joven para mantener
una relación seria con un hombre de 24.
Tras la amenaza de él, ella la interpretó como algo que se dice por
decir. Él, sin embargo, se fue furioso mientras gritaba: “Voy a
joderte!”, esto es, asesinarle su belleza. El 16 de ese mes, ella se
encontraba con sus amigas en las escalinatas de su casa cuando un
pequeño de 10 años se le acercó y le arrojó un líquido a su rostro de
adolescente. Érica, entre los gritos de dolor y confusión, tuvo un
instante de lucidez para entrar rápido a la casa y poner su cara bajo la
llave del agua. El daño, empero, ya estaba hecho.
El hombre fue capturado y confesó que le habían pagado 3.000 pesos
(cerca de un euro). Las investigaciones se dirigieron contra Rodríguez
quien aceptó su responsabilidad. La familia de la joven se encontró,
entonces, con un frágil sistema jurídico en el que semejante acción es
considerada en este país como una lesión personal algo así como darle
bofetadas o puntapiés. No es un atenuante cualquiera porque en términos
legales lo hace excarcelable. Aunque le haya matado su belleza, él
insistió que de su parte no hubo intento de homicidio.
No es el único caso que ha ocurrido en Colombia. La periodista Mónica
Meléndez, en un reportaje que publica la revista GENTE del mes de
noviembre, recopiló 20. Cuatro de ellas aceptaron posar para la lente de
Ricardo Pinzón, fotógrafo de la misma publicación. Dos más, que habían
aceptado mostrar su rostro, finalmente, desistieron: “Nos da mucha
vergüenza”, se excusaron.
Además de Érica, relataron su drama María Cuervo, de 41 años, Gina
Potes, de 35 y Gloria Piamba, de 25. “Lo hacemos porque la sociedad debe
tomar conciencia de esto”, explicaron. Para Marta Olga Ángel, psicóloga
del Hospital Simón Bolívar, un centro en donde han atendido a la
mayoría, “visibilizarse” es un paso importante: De esta manera “empiezan
a reconocer su nueva imagen y así evitan una autoagresión”. En efecto,
tras el ataque y después de la primera mirada ante el espejo todas
confiesan que han pensado en el suicidio y algunas reconocen que lo han
intentado.
Esto, por ejemplo, hizo Gloria Piamba. El pasado 24 de diciembre su
expareja, Édgar Pinto Valbuena, la buscó con la propuesta de una
reconciliación en la Noche de Navidad. Ante el rechazo, intentó
agredirla con un puñal. No lo hizo pero antes de irse le dijo: “Si no
eres para mí no serás para nadie. En tu cara me voy a cagar y con la ley
me voy a limpiar el culo”. Minutos después, un desconocido del que solo
hay un retrato hablado, le lanzó un líquido que le afectó la sien
izquierda, un ojo, la nariz y el mentón. “Sentí que me estaban
prendiendo fuego”, recuerda ella. Al confrontarse con el espejo tomó la
decisión de quitarse la vida y también la de matar a su hijo, Alejandro,
de 5 años, porque “esta vida ya no valía la pena”. Reunió dinero y
buscó en el mercado negro un arma para cumplir su propósito. Desistió
para, entonces, hacerle frente a la vida. Ahorró y compró un par de
máquinas de coser que le permitan convertirse en confeccionista. De vez
en cuando su tranquilidad es alterada por su expareja -quien está libre y
sin ningún cargo en su contra-. La llama para decirle: “¡Si ves lo
bonita que quedaste!”.
Esta tragedia de las mujeres a los que agresores buscan arrebatarle
para siempre su belleza se hizo visible en Colombia en junio de 2010,
cuando María Fernanda Núñez, una exreina de belleza de la ciudad de
Cúcuta, cerca de la frontera con Venezuela, sufrió lesiones similares
aunque en menor grado. En un país donde este tipo de certámenes son
seguidos por las mayorías, el impacto de esa noticia sacudió todos los
estamentos porque la víctima había conquistado un cetro de la belleza.
Sin embargo, las historias de las demás chicas hasta hoy habían pasado
inadvertidas.
Su salida, ahora, a la luz pública, ha coincidido con varias
iniciativas legislativas y de ONG que buscan ponerle freno, de una vez
por todas, a la violencia de género. El pasado 9 de noviembre, la
bancada femenina en el Congreso radicó un proyecto de ley que busca
establecer fronteras precisas cuando se tramitan los casos judiciales de
agresión contra mujeres. La iniciativa legislativa elimina, entre
otras, la posibilidad de la conciliación y el desistimiento entre las
partes. Esto porque hoy muchas mujeres acuden ante las autoridades, pero
después de la agresión, perdonan a sus parejas, incluso algunas vuelven
con ellos, y las querellas son archivadas.
La iniciativa va inclusive más allá. “Se podrá interponer una
denuncia por parte de cualquier persona para que la autoridad competente
inicie de oficio la investigación, y en dado caso, así la mujer se
retracte, siga adelante el proceso”, explica la senadora Alexandra
Moreno Piraquive. La iniciativa es impulsada por las representantes de
todos los partidos políticos y tiene el respaldo del presidente Juan
Manuel Santos quien ve en la violencia de género una “vergüenza” a la
que hay que ponerle freno de una vez.
“Tenemos que reaccionar”, dice la periodista Jineth Bedoya quien fue abusada sexualmente
por varios miembros de los paramilitares cuando ella estaba haciendo un
reportaje. “A una le duele tanto la agresión como la indiferencia de la
sociedad. Por eso, siento alivio cuando veo que estamos reaccionando
para frenar este horror”. Para ella, hay que visibilizar los casos y
también aprobar un conjunto de normas más severas. Jineth abandera desde
EL TIEMPO, el diario de mayor circulación nacional, la campaña: “¡No es
hora de callar!”. La periodista da cifras escalofriantes: “De 400 mil
mujeres que hemos sufrido violación en medio del conflicto, la Fiscalía
General de la Nación solo tiene 700 casos. ¡No más silencio! Entre más
mujeres denunciemos habrá menos agresores encubiertos”.
Gina Potes, de 35 años, ve estas medidas saludables aunque considera
que son tardías. Argumenta que si Colombia tuviera disposiciones más
severas desde cuando ella fue atacada hace 15 años, probablemente no
existiría esta espiral que empezó con golpes, violaciones hasta
“hacernos esto”. Ella estaba en su casa haciendo tareas domésticas
cuando tocaron a la puerta. Con la inocencia de sus entonces 20 años,
salió a atender el llamado. Antes de que pudiera reaccionar, un hombre
le arrojó en el rostro ácido que llevaba en un tarro plástico. “¡Eso le
pasa por ser tan bonita!”, le gritó y emprendió la huida.
Como a varias de las mujeres luego de un ataque con ácido sulfúrico,
Gina despertó tiempo después en un hospital. Hoy cuenta las 24 veces que
ha ido al quirófano para reconstruir lo que era su rostro e ironiza
–indignada– de los 30 días de incapacidad laboral que, tras el ataque,
le dictaminó el Instituto de Medicina Legal.
“Yo todavía me estoy recuperando”, dice. Ya no modela, pero sabe de
estética –es técnico profesional–, por eso se maquilla, se peina, trata
de mantener la vanidad. “Soy una mujer en todos los sentidos, así no me
den trabajo por la cicatriz que tengo”. Nunca ha claudicado. La mueven
las ganas de vivir y la indignación de las cifras de violencia de
género. En 2010, más de 28 mil mujeres, en Colombia, sufrieron de algún
tipo de maltrato a manos de su pareja.
La casi totalidad de los casos quedan en la impunidad. “El sistema
penal colombiano es pragmático, está diseñado para juzgar al victimario y
no para defender a la víctima. Por eso, si no hay una carga probatoria
fuerte, la cosa se queda así”, explica Natalia Poveda, de la ONG Humanas.
A mujeres como María Cuervo, de 41 años, no les quita el sueño las
batallas jurídicas sino el dolor que da pasar por el quirófano y el
terrible miedo de enfrentarse a un espejo. Hace seis años, un 8 de
marzo, fue atacada cuando en Colombia se celebraba el Día de la Mujer.
“Triste, ¿cierto?”, dice ella. De su casa retiraron, por súplica suya,
los espejos. Se enclaustró durante un año, tiempo que tardó para volver a
ver su rostro reflejado. “Le tenía pánico al espejo”. De esa época para
acá, le han efectuado 50 cirugías.
En un país donde se le rinde culto a la belleza, los agresores han
encontrado en este cruel y horrendo método una forma de venganza
inimaginable. Es el crimen perfecto: asesinan la belleza, la víctima
jamás olvida al victimario y este sigue libre, como si nada.
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